domingo, 28 de novembro de 2010

Formas de sociabilidad y ocupación del espacio en una “cuadra” de la Avenida Borges de Medeiros - Parte 2

Apresentação: Fragmento de diario de campo que presenta las primeras observaciones de una aprendiz de etnógrafa sobre las interacciones cotidianas de las personas que viven y trabajan en una calle del centro de Porto Alegre
Fundo de origem: BIEV/LAS/NUPECS/PPGAS
Fonte: Alternidades populares en los imaginarios y las identidades culturales urbanas
Autor: Ana Cecilia Silva (CONICET, Argentina)
Local: Porto Alegre
Data: Outubro de 2010
Tags: Rapsodia urbana.

Primeros olhares sobre uma "cuadra" de Porto Alegre

De este lado de la vereda y de mis preguntas, junto al edificio, hay una peluquería y “salón de belleza”. Es un local pequeño, con una vidriera en la que se exhiben productos de cosmética y carteles con fotografías de mujeres bellas en los que figura la lista de servicios que se ofrecen. En la vereda, junto a una gran maceta de material, hay un banco “de plaza”, ubicado de espaldas a la calle y mirando hacia la fachada del local. El banco es de madera, con pies de hierro forjado. Hoy hay dos mujeres sentadas, ambas rondando los 40 años. Una de ellas parece ser empleada de la peluquería; lleva un delantal encima de la ropa, pantalones de jean y bastante “bijouterie”. Ha sacado los pies de sus ojotas, que quedaron en el suelo. Estira sus piernas y mueve los pies con movimientos relajatorios, mientras conversa con la otra mujer. La puerta de la peluquería-salón está abierta, y puede verse en su interior a otras mujeres, unas cuatro o cinco, clientas y empleadas, en un clima de distensión. Ninguna parece apurada. Una señora de unos 60 años, con tintura en el cabello, lee el diario de espaldas a la puerta. Reparo en que ese banco en la vereda oficia de espacio de encuentro y sociabilidad femenina, una suerte de apropiación del espacio público como extensión del negocio.
Hago unos pasos más en la misma cuadra y entro ahora en “territorio” masculino: un bar con mesas en la vereda, mesas y sillas de plástico, de un color amarillo estridente, donde suelo ver un grupo de hombres sentados, en diferentes horarios. Las caras cambian pero la escena es la misma: tienen sus “chops” de cerveza en la mesa, conversan, las sillas ligeramente orientadas
hacia la calle, miran a los que pasan y si es una mujer joven seguro comentan algo. Hoy, a esta hora, hay sólo un hombre, flaco, canoso y con ropa de trabajo, que toma una gaseosa. Se ha colocado mirando hacia a la calle y observa a las personas que pasan, entre ellas yo. Nuestros ojos se cruzan por unos instantes, parece perdido en sus pensamientos.
En seguida noto que otro punto de encuentro y reunión de varones está funcionando en ese mismo momento al lado, en un garage-lavadero de autos. Un grupo de hombres de distintas edades está conversando de pie en la entrada del establecimiento. Más atrás, otro hombre mayor de edad, de pelo blanco, muy delgado y con la piel curtida, cuya cabeza está coronada por una gorra deportiva de colores fuertes los observa de pie con un ejemplar del diario Zero Hora abierto en sus manos. A su lado veo dos sillas de plástico, éstas de color blanco, con almohadones, que han sido colocadas en la vereda de cara a la calle y parecen cumplir una función semejante a la del banco de plaza de la peluquería.
Llegando a la esquina, un edificio con el frente cubierto de rejas y al lado, la sede de una Universidad privada que no tiene rejas pero sí un guardia de seguridad con uniforme y cara de pocos amigos. Doblando apenitas, el otro acceso al lavadero y un puesto callejero de comida “rápida” (panchos, pasteles fritos) que ya está en plena actividad y completa el abanico de actividades comerciales y de servicios que se despliega en la cuadra (al que se suma, los fines de semana, la venta de antigüedades y objetos usados en la plaza).
Justo en la esquina, la garita que marca la parada de colectivos con su circulación de personas que esperan, estudiantes con sus mochilas con el logo de la UFRGS , una mujer apurada que lleva de la mano a una nena de unos diez años íntegramente vestida de rosa. Apenas termino de acomodarme en la cola cuando veo aparecer “mi” ómnibus entre el flujo ininterrumpido de vehículos que emerge, en dirección al centro, desde lo alto del viaducto que eleva la avenida Borges de Medeiros por encima del lago de los Açorianos.



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